El masaje es una técnica manual milenaria que se usa para aliviar el dolor y relajar al individuo, lo que produce una sensación de gran bienestar. Ahora bien ¿cómo tienen lugar estos efectos? ¿Cómo debe ser un masaje para conseguirlos?
La esencia del masaje
La esencia del masaje es el contacto piel a piel entre el paciente y el masajista. Existe, ya de entrada, una comunicación más allá de lo verbal que genera una relación de confianza que predispone psicológicamente a la persona a estar mejor.
Si no se dan estas condiciones de confianza, ya no hay masaje. Sin embargo, además del vínculo interpersonal, el masaje genera sensaciones táctiles en la piel, músculos, fascias y otros tejidos, que van al cerebro.
Estas sensaciones proceden e informan de la zona que es masajeada y llegan hasta la corteza cerebral o córtex. La corteza cerebral puede interpretar esas sensaciones porque, en sí misma, está formada como un mapa representativo en el que cada parte corporal tiene su “dibujo”. Es como si todo el cuerpo estuviese repetido y representado en nuestro cerebro.
El masajista, al frotar la piel del paciente provoca estímulos que le “recuerdan” las diferentes partes que él mismo tiene.
Se trata de una especie de gimnasia de auto-reconocimiento en la que “crecemos” por dentro y que mejora el esquema corporal. Por esto, el masaje es muy beneficioso cuando estamos cansados y tenemos al cuerpo, digamos, “olvidado”.
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Recorrido de las sensaciones del dolor
La gran cantidad de sensaciones de tacto de una determinada zona circulan por nervios que, como hemos dicho, llegan al cerebro. Es como si tuviésemos un camino por el que circulan las sensaciones procedentes de la piel.
Por otro lado, las zonas lesionadas envían sensaciones nerviosas de dolor hacia el cerebro por fibras nerviosas que circulan por caminos paralelos a los anteriores.
Sin embargo, la sensación de dolor pasa por una estación intermedia, una especie de rotonda (el tálamo, con las neuronas de proyección) que filtra las señales dolorosas realmente importantes que deben llegar a la conciencia.
Es por esto que el dolor es relativo y, si estamos activos, lo notaremos menos y, si “nos escuchamos”, dolerá más. El mecanismo de regulación del dolor de este tipo hace referencia, sobre todo, al dolor de tipo crónico. ¡El dolor agudo es más directo!
Masaje y analgesia
La sensación del tacto, en parte, llega directamente al cerebro y, en parte, hacia el tálamo (la rotonda de nuestro ejemplo). Es decir, las señales o sensaciones de la piel y las del dolor comparten el canal por el que circulan con la diferencia que la información del tacto tiene prioridad sobre la del dolor profundo o crónico.
Cuando se llega al cruce de caminos que es el tálamo, las sensaciones táctiles inhiben o enlentecen el paso de las señales dolorosas.
Durante el masaje se estimula la piel y los tejidos que hay por debajo (músculos, huesos, fascias,…) y se generan muchos impulsos que deben circular por los nervios. Si la persona que recibe el masaje tiene dolor crónico, la gran cantidad de “tráfico” satura la vía nerviosa (como si se tratase de un embotellamiento) y frena el avance de las señales de dolor.
Este mecanismo se llama de “gate control” o de puerta cerrada y explica la analgesia que produce el masaje.
Sin embargo, la analgesia del masaje aún va más allá del mecanismo de “gate control”. El movimiento de los segmentos corporales, sea activo (actividad física) o pasivo (masaje, estiramientos,…) actúa como una especie de estrés benigno que desencadena una serie de reacciones de compensación.
Algunas de las substancias que intervienen en esta reacción son las endorfinas, opioides internos parecidos a la morfina que, como sabemos, es un potente analgésico. De esta manera, el deporte o el masaje segregan estas endorfinas que inhiben o eliminan la sensación de dolor.
Por este motivo, no sentimos los golpes recibidos durante un partido y sólo los notamos después, cuando “nos enfriamos”. Las endorfinas forman un “tapón” entre las neuronas para que no se transmita la sensación de dolor y, gracias al masaje, podemos taponar el dolor crónico de los pacientes.
Finalmente, las endorfinas, puesto que intervienen en la regulación de continuo dolor-placer, no sólo inhiben la sensación dolorosa sino que producen una sensación placentera o de euforia que es la que notamos al acabar la actividad física o después de recibir un masaje.
Si unimos la eliminación del dolor, la sensación de bienestar y la mejora del conocimiento del propio cuerpo, ¿quién no se haría un masaje?
Capacidades del masajista
El masajista es el que se encarga de “comunicarse” con el cuerpo, con la piel, músculos, nervios, etc. del cliente. Con sus manos, el profesional del masaje realiza acariciamientos, frotes, presiones que actúan sobre el paciente y ponen en marcha la información sensorial tacto fino, presión, temperatura (calor), etc.
Estas sensaciones son las que se transmiten a través de los nervios y se dirigen a la médula espinal. Toda esta información sensorial es la que va a producir el “embotellamiento”, la que produce la analgesia por el mecanismo del “gate control”.
La habilidad del masajista consiste en detectar las zonas rígidas, frías o tensas y, mediante sus manos contacta (es decir, comunica) con el paciente sobre la importancia de cuidar esas zonas. Además de localizar las zonas que necesitan cuidado, el masajista calienta, estira, relaja y amasa los tejidos iniciando así el proceso de curación.
El masaje es una técnica de precisión que precisa una escucha atenta del estado de los tejidos, un conocimiento de la anatomía y un tacto exquisito para presionar en el lugar, sentido y fuerza adecuados.
Ser masajista es un compromiso con el cuidado de los demás y requiere una formación y una actitud particulares.