Últimamente inundan en los supermercados alimentos que parecen la mar de interesantes, versiones de productos clásicos que hace años ya comenzaron a catalogarse como poco saludables (bollería, cremas de avellanas, lácteos azucarados, refrescos…) y que la industria alimentaria ha ido modificando ante la creciente demanda por parte del cliente de productos más sanos.
De esta manera, es posible encontrar panecillos rellenos de crema de chocolate (no diré marcas por aquello de no meternos en líos y encima hacerles publicidad a los del BOLLo Y caCAO) “zero azúcares”, bebidas lácteas “0% de materia grasa”, tabletas de chocolate “sin azúcar” o refrescos “light” o “zero”, refiriéndose a la reducción o ausencia de calorías de su contenido.
Hace unos días pude toparme con la última incorporación al “comando lavado de cara” que está haciendo la industria (aka os la voy a colocar aprovechando a partes iguales vuestra gula e ignorancia).
Ni más ni menos que una conocida crema de leche, cacao, avellanas y azúcar… que rima con mooorciiillaaaa, que en esta ocasión se ha vestido de gala para presentarse ante su amado y goloso público en versión “0% azúcares añadidos”.
Ah, y con Stevia, por cierto, que es natural (natural de Paraguay, aunque afincada en diferentes partes del globo, como Balaguer, Lleida, donde un avispado señor se está forrando vendiéndola como la panacea que cura incluso la diabetes, fíjate, y los diabéticos inyectándose insulina, quién los habrá engañao…).
Conoce nuestro curso de Nutrición Deportiva VER CURSO
Pues, aunque algun@s no lo creáis, estas cosas se venden, ¡y cómo!, especialmente ahora, con esa tendencia cada vez más extendida entre la población, que en su aventura de adquirir hábitos saludables han comprado el mensaje equivocado y se han embarcado en eso de “comer sano”, ingiriendo viandas tan deliciosas como ese desayuno consistente en unas tortitas hechas de harina de avena con sabor a cookies & cream con sirope de frambuesa 0%, yogur desnatado de fresa alto en proteína y fiambre de pavo libre de grasa.
Me temo, dear friends, que hemos pasado de llevar una dieta típica occidental basada en alimentos altamente procesados y pobres en nutrientes de finales del siglo pasado, que nos hacía comer más de la cuenta y volvía a nuestros cerebros dependientes de ciertos aromas, sabores y texturas artificiales; a llevar una dieta fit occidental basada en alimentos altamente procesados y pobres en nutrientes de principios del siglo actual que nos hace comer más de la cuenta y vuelve a nuestros cerebros dependientes de ciertos aromas, sabores y texturas artificiales. Ninguna de las dos corrientes nos enseña a comer bien.
¿De verdad creéis que después de casi doscientos mil años de evolución hemos llegado hasta aquí comiendo soja texturizada, queso 0%, fiambre de jamón de pavo desgrasado, tortitas de arroz inflado con sirope de agave y bebiendo leche de almendras?
Si realmente estás interesad@ en llevar una alimentación saludable y adoptar buenos hábitos alimenticios, la solución pasa por comer comida de verdad.
Para empezar, un buen consejo respaldado por la ciencia es que tu alimentación se base principalmente en consumir verduras, hortalizas y frutas de todos los tipos, sabores, formas y colores que te apetezca (tanta como te apetezca y en el momento del día que te apetezca).
Consume las frutas tal cual, a mordiscos. No en zumo, por natural y casero que sea, ya que la pérdida de fibra que sufre en el proceso y la facilidad para ingerirlos que permite este formato hace que tomemos mucho y muy rápido, afectando a los mecanismos de control del apetito y provocando abruptas subidas de azúcares en sangre.
Añade también otros alimentos de origen vegetal como legumbres, tubérculos, frutos secos y cereales de grano completo (quizá la excepción sea el arroz integral por su alto contenido en metales pesados como el arsénico, a no ser que su consumo sea esporádico, aunque conviene evitarlo en niñ@s y embarazadas o madres lactantes).
Completa el bodegón, si es de tu rollo, con alimentos de origen animal como huevos, pescados, lácteos y carnes. Huevos enteros, ahora que sabemos que comer colesterol no suele afectar al colesterol sanguíneo y que las grasas saturadas no se relacionan con mayor riesgo cardiovascular.
–
–
Pescados blancos y azules, evitando en niños, embarazadas y madres lactantes el pez espada, el tiburón y el atún por el comentado tema de los metales pesados, como el mercurio.
Leche y sus derivados, si te sientan bien (no eres intolerante a la lactosa ni alérgico a sus proteínas) y, sobre todo, si te gustan, deberías tomarlos con toda su grasa, que además de no ser perjudicial se asocia con menores índices de obesidad.
Respecto a la carne, evita las procesadas como los embutidos, dado que se encuentran en el grupo de alimentos carcinógenos en humanos (grupo 1), y están fuertemente asociadas al cáncer colorrectal, el de mayor incidencia en España.
Eso no pasa con la carne roja, pero se sospecha que la forma de cocinarla puede incrementar el riesgo, especialmente la brasa, la parrilla y las altas temperaturas. Tenlo en cuenta.
Hoy me preguntaba una alumna con qué alimento podía sustituir la crema de cacahuete, dado que le resultaba desagradable de comer porque se le pegada al paladar (imagino que debe ser como darte cuenta de que te has pasado con el pegote de Corega Ultra), así que le he recomendado usar la versión original: “come cacahuetes”, que aunque parezca lo mismo, es más probable que su cerebro reconozca como comida real el propio fruto, y que el mero hecho de masticarlos active de manera eficiente sus ancestrales mecanismos de saciedad.
Como reflexión, cabe recordar que aunque comer carnes procesadas, por ejemplo, incrementa un 18% el riesgo de padecer cáncer de colon, algo que no mola nada, fumar cigarrillos eleva el riesgo de sufrir cáncer de pulmón en un 1.500%. Así que, si te quieres cuidar, quizá deberías empezar por priorizar.