Para cuidar tu cuerpo
Todos debemos cuidar nuestro cuerpo: las personas que trabajan sentadas o realizando actividades rutinarias, los deportistas aficionados o con interés en el rendimiento, las personas mayores; todos.
El paso de los años no perdona, la fuerza de la gravedad “aplasta” permanentemente al cuerpo y la actividad laboral y deportiva produce contracturas, rigideces, micro-lesiones o lesiones en sí que dejan cicatrices.
Todo esto mejora sustancialmente por medio del masaje. Al hacer las maniobras de amasamiento o fricción, los tejidos se hacen más elásticos, reciben más sangre y por tanto nutrientes y oxígeno con lo cual tienen más energía para recuperarse.
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Mediante el masaje se rompen adherencias y se liberan restricciones que bloquean el movimiento y dándonos mayor capacidad, mayor rango y, por tanto, más facilidad en los gestos que realizamos cotidianamente. El masaje es como la revisión periódica que debemos hacer en el garaje para que todo funcione correctamente.
Para cuidar tu estado de tensión
La actividad cotidiana, acelerada y con multitud de estímulos; el trabajo, con la gran exigencia y las múltiples responsabilidades; todos nos piden cosas: el jefe, los compañeros, el entrenador y, además, todo debe ser para ahora.
Muchos compaginamos el trabajo con los estudios o la maternidad y, además, con grandes desplazamientos en transporte público o privado, embotellamientos, retrasos, etc. En definitiva, la vida actual nos tiene en un estado de estrés permanente.
Cuando el cerebro se satura de estímulos e información, se ve desbordado. Parte de este exceso se deriva hacia otras partes del sistema nervioso, pero otra parte se canaliza hacia los tejidos y órganos. Quiénes reciben un mayor impacto de este estrés desbordado son los músculos y sus envolturas. Es por este motivo que podemos entender por qué cuando estamos muy estresados tenemos contracturas y “tics” nerviosos.
El masaje es un momento en el que se interrumpe todo este flujo frenético de actividades e información. Es una hora que está dedicada a nosotros, solamente. Es un momento de inactividad, digamos pasivo, en el que la cabina nos aísla del mundo, la camilla es un lugar de reposo y el masajista se dedica a nuestro bienestar.
El masaje, al actuar sobre la nuca, las lumbares o las piernas, por ejemplo, descarga, libera esa tensión nerviosa acumulada, deshace los “nudos” de tensión, relaja la musculatura y flexibiliza la fascia.
Las manos del masajista se comunican con nosotros de manera que, de forma automática y, digamos por un mecanismo de sincronización, nos transmiten un estado de calma y bienestar. A la tensión que tiene el cuerpo por la sobrecarga psicológica, le aplicamos unas maniobras que reblandecen, destensan y relajan los tejidos. La habilidad del masajista reside en detectar esas zonas que acumulan más tensión.
Por un mecanismo de ida y vuelta, al liberarse el exceso de tensión nerviosa acumulada en el aparato locomotor automáticamente se produce un alivio del estrés psicológico, en el cerebro. Muchas personas se duermen en la cabina de masaje y es muy frecuente notar una sensación de somnolencia o desorientación al levantarnos. Necesitamos estirar o desperezarnos para volver a estar en contacto con la “realidad”.
Para cuidar tu estado emocional
Las emociones son la expresión de la actividad global del cuerpo ante una situación determinada. Situaciones como el miedo producen una alteración de todo el cuerpo en su conjunto con aumento de la frecuencia cardíaca y de la respiración, tensión muscular, sequedad de boca o dilatación de la pupila.
Este conjunto de reacciones prepara al organismo para defenderse o para huir (lo que se llama “fight or flight”). El amor o la alegría producen reacciones globales en las que la totalidad del organismo se prepara para relajarse y descansar; es lo que llamamos descansar o digerir (“rest” or “digest”).
Las emociones son mecanismos muy antiguos en la especie humana y son rapidísimos en su puesta en marcha. Es posible que ante una fotografía que asusta o es provocativa, reaccionemos en milisegundos y que no seamos conscientes de lo que hemos visto hasta que ha pasado un tiempo bastante “prolongado”, de décimas de segundo (más de 100 veces más tarde). Nos enfadamos o entristecemos mucho antes de darnos cuenta y eso ocurre a lo largo de todo el día.
La actividad cotidiana nos da alegrías y nos estimula pero también nos asusta o nos enfada. Todas las emociones positivas no cargan las pilas pero tenemos que deshacernos de las emociones negativas. Las emociones negativas se “enquistan” en los órganos internos, se vuelven rancias y esto puede explicar el carácter de las personas de nuestro entorno.
La visita al masajista equilibra el sistema nervioso y hormonal. De hecho, otro sistema paralelo al nervioso llamado neuropeptídico también se equilibra. El trabajo profundo del masajista en el abdomen, en el tórax, y a distancia, remueve los órganos y tejidos, libera nudos emocionales y aporta emociones positivas. El hecho de que haya un contacto directo, piel a piel, entre el masajista y el paciente hace que se produzca una comunicación profunda, subconsciente, que resuelve parte de los conflictos emocionales que tenemos.
El masajista es una persona que escucha, sobre todo con las manos, y el paciente se siente escuchado. Todo ello entendido a un nivel subconsciente, visceral. De esta manera, el masaje hace que nos preguntemos a nosotros mismos sobre los miedos o enfados que tenemos con la familia o en el trabajo.
El masajista actúa como mediador, y con esa comunicación directa, pregunta o facilita el diálogo interno del usuario. Dicho en otras palabras, el masaje nos ayuda a que nos liberemos de la energía negativa, por nosotros mismos. Como ejemplo, muchas personas lloran durante el masaje. No puede estar más claro.
Debes hacerte un masaje de vez en cuando, periódicamente. Es una gran inversión en nuestra salud corporal, psicológica y emocional. Reservemos espacios para cuidarnos y que un masajista nos ayuda a conseguirlo.
Por: Santi Jacomet