El masajista es un profesional que cuida el bienestar de las personas de forma holística, desde una visión cuerpo-mente o, de otra manera, física y psicológicamente.
Los objetivos de su trabajo incluyen la relajación de contracturas, liberación de restricciones al movimiento o la descarga, muscular o venosa. Para desarrollar estas funciones, el masajista debe tener ciertas habilidades y actitudes.
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Escucha activa del quiromasajista, verbal y táctil
En primer lugar, la capacidad de escucha activa en la que interviene tanto la escucha de la palabra como la escucha de los tejidos con las manos. Esta segunda, que puede parecer extraña, es quizá una las habilidades más importantes.
El masajista debe preguntar y escuchar acerca del estado de la persona, de que se queja, cuáles son los motivos de su estrés o sobre su estado emocional. Y esta información le orientará sobre “por dónde empezar a trabajar”.
La escucha mediante el tacto es muy diferente. Partiendo de las quejas que nos trasmite la persona empezamos a palpar las diferentes zonas corporales. Debemos notar cambios de temperatura, zonas más tensas o húmedas, rigideces o restricciones (nudos) que limitan el movimiento. Esta es una de las actividades más importantes del masajista y presupone una gran sensibilidad en el tacto.
Las manos del masajista son sensibles, inteligentes, precisas y deben cuidarse mucho. Las manos son las herramientas del quiromasajista (quiro = manos) y no solamente detectan y localizan los puntos conflictivos sino que además son las que se encargan de liberar, relajar y movilizar los tejidos.
El contacto piel con piel, la inteligencia de ir a la zona de disfunción hacen que la persona adquiera una gran confianza en el masajista. Seguramente habréis oído las frases “¿Cómo sabes que ese es el punto?” o bien “Parece como si supieses de antemano dónde tengo el problema”.
Estas afirmaciones nos indican que el trabajo del masajista es el que debe ser y que se está comunicando de la forma más eficiente posible.
Esta sensibilidad, esta capacidad de escucha y estar atento al lugar del problema hace que la persona conecte profundamente con el profesional, se establece un vínculo de confianza y podemos empezar a trabajar los aspectos psicológicos y emocionales. La comunicación piel con piel es la más profunda que se puede establecer entre dos personas.
La capacidad de observación y paciencia del masajista
La capacidad de observación es también muy importante. El masajista no solamente debe fijarse en las cicatrices, pecas, asimetrías, estado de la piel, etc. sino que también debe observar la forma como la persona camina, se desviste y se viste, cómo sube en la camilla o durante la conversación el tema que genera la tensión o un determinado brillo en los ojos.
Es una observación atenta, analítica y a la vez global… ¡y sin prejuicios! Es decir, no debemos presuponer nada, a media que trabajemos con las manos ya confirmaremos las observaciones que realicemos. Es decir, lo que ocurre lo encontramos no es algo que hayamos pensado previamente.
La capacidad de escucha, la observación atenta requieren una gran paciencia. La precipitación y la rapidez harán que pasemos por encima aspectos que pueden ser importantes para el masaje.
La escucha atenta no puede ser acelerada, requiere su tiempo y todo ellos presupone tener paciencia. El dicho “la paciencia es la madre de la ciencia” se puede aplicar perfectamente a esta profesión y al ejercicio cotidiano de la misma.
Masaje y ergonomía
Finalmente, el masajista debe cuidarse. En este sentido, tiene especial importancia la ergonomía a la hora de atender a la persona. Si trabajamos desde demasiado lejos de la camilla o con los hombros y brazos con una tensión excesiva empezaremos a padecer contracturas, dolores lumbares o de los hombros, problemas de las muñecas, etc.
Antes de abordar el masaje, el masajista debe “situarse” con respecto al usuario y usar los agarres o brazos de palanca de manera que sus esfuerzos estén dosificados.
Se dice que después de un masaje, la persona se encuentra mejor. Lo más adecuado es que al acabar el masajista también se encuentre mejor. Durante la sesión hay un intercambio de sensaciones y emociones, hay una atmósfera de relajación y bienestar y las dos personas que han intervenido deben ser partícipes de esta atmósfera.
La comunicación durante el masaje tiene dos direcciones y eso debe repercutir en “estado energético” de más calidad por ambas partes.
Escucha, observación, paciencia y autocuidado son habilidades propias del masajista. Debemos estudiar y trabajarlas para poder dar una atención integral a las personas que acuden a nuestra cabina en busca de un mayor bienestar.