La hormona del crecimiento es una molécula; una proteína, que regula el crecimiento de los tejidos. En el deporte de rendimiento o competición se usa para aumentar la masa muscular y, por tanto, la fuerza y la resistencia muscular.
Las hormonas son substancias reguladoras que controlan las funciones corporales como mensajeros que hacen funcionar el cuerpo como un todo. Para ello, la hormona es segregada por una glándula que la vierte en la sangre.
Desde este punto, el sistema circulatorio la lleva a todo el organismo aunque sólo produce su efecto en los órganos o tejidos que tienen células para recibirla: los órganos diana o receptores. La interacción hormona-célula diana produce cambios en el metabolismo efectuando así su función reguladora.
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Siguiendo con el tema, la hormona del crecimiento o GH (del inglés “growth hormone”) se segrega en la hipófisis, que es una glándula situada en la base del cráneo. Es la glándula central del sistema endocrino y regula muchas funciones corporales y otras glándulas (tiroides, metabolismo del agua, funciones sexuales, crecimiento, etc.).
La hipófisis, a lo largo del día, segrega GH en forma de pulsos aunque la mayor cantidad se segrega durante la noche (a medianoche y de madrugada). Si durante el día realizamos un ejercicio de mediana a alta intensidad, se produce otro pico de secreción de hormona, de gran cantidad pero de breve duración.
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La concentración elevada de la hormona del crecimiento en la sangre dura unos 20 ó 30 minutos, tiempo durante el cual la hormona circula por el organismo hasta alcanzar sus órganos diana, que son el tejido graso y el hígado. En las zonas grasas, reduce el tamaño de las células y del tejido. En el hígado pone en marcha un mecanismo que hace que los músculos y los huesos crezcan.
La corteza del hígado es el lugar donde se enlaza la GH. Durante el periodo de 20 ó 30 minutos que dura en la sangre, el hígado acelera su metabolismo y segrega una multitud de moléculas parecidas a las hormonas (que podríamos considerar mensajeros o segundos mensajeros).
Estas substancias llamadas somatomedinas son las que llegan a los huesos y a los músculos para impulsar su crecimiento. La más conocida de las somatomedinas es la IGF1 (o factor de crecimiento similar a la insulina) y es la que mejor se ha estudiado en su efecto sobre el crecimiento muscular. Los diferentes picos de hormona del crecimiento hacen que el hígado segregue IGF1 de forma más o menos constante a lo largo del día.
Cuando el IGF1 llega a la superficie, a la membrana de las fibras musculares se pone en marcha un mecanismo que, de forma simplificada, estimula la replicación de los genes que codifican las proteínas musculares.
Dicho de otro modo, la IGF1 actúa como un interruptor que enciende la maquinaria que fabrica el aparato contráctil del músculo. Esta actividad permite entender el efecto anabolizante de la hormona del crecimiento.
La actitud más habitual sería tomar mucha GH o mucho factor de crecimiento, “así mis músculos se hipertrofiarán, aumentarán de tamaño”. Pero la cosa no funciona así. Más no es mejor.
El aporte de hormona de crecimiento externo pone en marcha un sistema de frenada en la hipófisis de manera que dejamos de segregar la GH propia. Algo similar ocurre con el IGF1.
Lo más importante, por tanto, es facilitar que los picos propios del organismo tengan lugar con normalidad (los nocturnos) y que el pico posterior al entrenamiento tenga lugar; es decir: ¡hay que entrenar!